La memoria a veces no es fácil de domesticar, es incontrolable y viaja sola, anidan en ella agujeros insondables y fantasmas decrépitos.
A menudo es una mesa desordenada llena de polvo y agujeros o quizás un reloj parado.
Casi siempre es lo que queda después del paso del huracán de la vida: nada.
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